Si bien es cierto el miedo es una sensación que está latente,
la vez que lo he sentido más fuerte fue cuando no pude compartir mi primera noche fuera de la clínica con él. Cuando ya estaba ordenando mis cosas para por fin ser dada de alta, llega la pediatra de neonatología a mi pieza a anunciar lo que yo no quería escuchar pero que sí presentía: Poroto no abandonaba la clínica, pero yo sí, por encontrarse sus niveles de bilirrubina muy altos, teniendo que ser trasladado a Cuidados Intensivos para una fototerapia. Me sentí pésimo, ya la separación de casi 2 horas después de la cesárea (porque me enviaron a recuperaciones) había sido triste, así que no estaba preparada para que una vez más me separaran de mi hijo. Recuerdo que empaqué mis cosas y con Plo nos fuimos inmediatamente donde estaba Poroto. Fue muy triste verlo en una cunita, sin ropa y con una luz ultravioleta cubriéndolo. Sentí tantas ganas de sacarlo de todo eso y llevarlo a nuestra camita... En la noche me obligaron dejar la clínica para ir a descansar y fue lo que menos hice. Entre darme vueltas sin dormir y los pechos adoloridos por estar hartos de leche no hacía mucho, hasta que llegó la mañana y me dieron la mejor noticia: Poroto podía irse a casa y empezar su vida con nosotros.
Creo que
el miedo más grande que tengo es separarme de mi hijo, que no pueda ver sus ojitos, su carita, su sonrisa, eso sobrepasa todo, más que cualquier enfermedad o evento, porque sea como sea,
con él estaré hasta la muerte y más, es una promesa que le hice apenas lo vi.
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